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Portalinmobiliario.com, 30/12/2008Las aguas modeladoras de la ciudad (parte I)Es necesario resituar el papel que tiene este elemento natural en el devenir urbano de nuestra ciudad. Las grandes falencias de las obras públicas, el urbanismo y los planes reguladores, se generan por no tomar en cuenta a este factor.
Las aguas —sean ellas pluviales o fluviales— han sido las configuradoras tectónicas de mayor eficacia de nuestra ciudad. Otros factores de origen natural han sido los terremotos, las erupciones volcánicas y el movimiento de las placas continentales, por nombrar algunos. Desde las montañas, las aguas han transportado por miles de años rocas, piedras y arenas hasta formar lo que hoy nos parece una planicie más o menos estática en donde se instala dramáticamente la ciudad de Santiago. En el inicio de los tiempos urbanos, el acto fundador se celebró sobre la isla que dibujó el curso del río Mapocho, partido en dos por la presencia del cerro Santa Lucía. De la mano de las lluvias invernales, hoy en día las aguas destapan y denuncian los problemas que causa la ejecución de una obra pública carente de las razones naturales que los desencadenan. Tampoco el urbanismo y la arquitectura han considerado el factor hidrológico de nuestra condición urbana. Menos lo han hecho los planes reguladores, los que no tienen presente como condición necesaria, la disponibilidad de agua natural para orientar sobre el territorio los futuros desarrollos inmobiliarios y productivos, por ejemplo. Por tales razones, es necesario resituar el papel que tiene este elemento natural en el devenir urbano de nuestra ciudad, permitiendo que a partir de ello se formule una hipótesis de configuración de una nueva habitabilidad.
Cuando las aguas fluyen, construyen el sitio Los valles son lugares propicios para la convergencia y el cruzamiento de los caminos. Estos cruzamientos anticipan de modo natural la presencia de núcleos habitados, por las facilidades que presentan con las relaciones de cercanía y distancia. En el caso de Santiago, a la situación señalada se agrega la presencia del agua como factor determinante y como acción que construye el sitio. La presencia en el valle de Santiago de pueblos indígenas llegados del norte, en épocas anteriores a la presencia del colonizador europeo, quedó registrada en los trazados de agua que resolvían las demandas de abastecimiento doméstico y agrícola. La acequia de Vitacura que irrigó con agua del Mapocho el valle de Conchalí —mandada a construir por el cacique homónimo—, es un fiel reflejo del papel que jugó el agua en la definición del sitio de un poblado indígena, y su relación con las actividades productivas de pequeña escala, que permitían la sobrevivencia de sus habitantes. Este aspecto también es posible registrarlo en otras localidades del valle y que posteriormente el colonizador europeo denominó con el correspondiente nombre del cacique que la gobierna: Apoquindo, Ñuñoa, Tobalaba, Macul, etc. Cuando el valle se hizo castellano por la aplicación de las ordenanzas de población de las Leyes de Indias, las aguas del Mapocho y de la Cañada fueron determinantes para fundar en la isla protegida por el peñón del Santa Lucía, el núcleo urbano inicial, cumpliendo con rigurosidad lo determinado por la letra y el espíritu de la ley.
La historia colonial es un relato dramático y ruidoso de la persistencia del núcleo urbano por permanecer en el sitio y de los periódicos embates de las aguas del torrente para recuperar el cauce natural, la madre de las aguas, que extendía su anchura a la altura del actual parque Forestal, entre los 300 y 500 metros. Tal vez, las aguas en tiempos pretéritos ocupaban todo el valle. Los años coloniales, previos a la edad republicana, están empapados de humedad; años revueltos de inundaciones, de puentes rotos y tajamares o pretiles temblorosos, puestos ahí para torcer el curso de las aguas y proteger la ciudad de las arremetidas invernales. Aún resuena por los zaguanes de Santo Domingo, más abajo de la parroquia de Santa Ana, la zalagarda de niños, gallinas y perros corriendo delante del torrente que entraba a la ciudad de la mano de una violenta avenida del mes de mayo. Y a pesar de ello, la ciudad en su afán de crecimiento, comienza a ocupar la vega, invadida por usos urbanos, por conventos, monasterios. Por sus huertos y también por usos domésticos, tales como el lavado de ropa. Eran tan importantes las aguas, las fluviales y las pluviales o viceversa, que los primeros mapas o cartas geográficas de la ciudad hoy en día podrían leerse como documentos del agua. Por lo mismo, en las siguientes columnas iré aportando más datos sobre la importancia de las aguas en la tectónica de nuestra ciudad. Para comentarios y sugerencias:
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